Hay una inmensa soledad en
la pintura de Cirilo Martínez Novillo, una soledad llena de silencios. Cirilo
pinta como un lobo estepario, buscando el rastro de ese color que solo él tiene
dentro de su retina. Sus paisajes desolados, sus colores tan velazqueños,
parecen escapar a toda explicación, y se hunden en una especie de melancolía
lejana, serena, donde la figura humana solo representa una minúscula mancha,
pero que no rompe la armonía del cuadro, una figura que se integra
definitivamente como un elemento más de la vida del cuadro. Cirilo pinta los
paisajes desde lejos, sin meterse dentro.
Pero son sus bodegones los que más me inquietan. Me sobrecoge la soledad seca de la habitación, y esa mesa rustica y limpia que sostiene un plato vacío, donde la vida ya ha pasado de largo, dejando una ausencia en todo el cuadro. Y esa luz cortante, incapaz de crear la sensación de hogar. Son bodegones tristes sin duda, sin que sepamos muy bien cuál es la razón de tanta austeridad.
Pero son sus bodegones los que más me inquietan. Me sobrecoge la soledad seca de la habitación, y esa mesa rustica y limpia que sostiene un plato vacío, donde la vida ya ha pasado de largo, dejando una ausencia en todo el cuadro. Y esa luz cortante, incapaz de crear la sensación de hogar. Son bodegones tristes sin duda, sin que sepamos muy bien cuál es la razón de tanta austeridad.
Aquí os pongo un ejemplo, para que disfrutéis de la profunda pintura de Cirilo Martínez Novillo.