Junto al pedregal de mi infancia, hubo una solitaria higuera que yo no recuerdo áspera y fea aunque todas sus ramas fueran grises, como sucedía con la higuera por la que sentía piedad Juana de Ibarbourou. Aquella higuera era lugar de encuentro de la chavalería del barrio y bajo su generosa sombra, escondite de juegos y desafíos, se nos fueron pasando los veranos. ¿Quién no ha sentido alguna vez, que estando lejos de un árbol está también lejos de si mismo? Por eso, contemplando alguno de los setenta árboles de la serie, hay algo que me fascina en ellos…No eliges detenerte en la vistosidad de sus copas, ni en la colorida geometría de las hojas. Tus acuarelas consiguen que mi mirada se centre en lo esencial y proyectando la luz sobre el alma noble de las maderas, invitas a quien las contemple a completar la poderosa imagen de tan majestuosos seres.
4 comentarios:
José, viene muy bien la serie, adelante que te seguimos, saludos
Hola Fernando, ya me quedan menos para completar la serie. Gracias por tu visita.
Junto al pedregal de mi infancia, hubo una solitaria higuera que yo no recuerdo áspera y fea aunque todas sus ramas fueran grises, como sucedía con la higuera por la que sentía piedad Juana de Ibarbourou. Aquella higuera era lugar de encuentro de la chavalería del barrio y bajo su generosa sombra, escondite de juegos y desafíos, se nos fueron pasando los veranos.
¿Quién no ha sentido alguna vez, que estando lejos de un árbol está también lejos de si mismo? Por eso, contemplando alguno de los setenta árboles de la serie, hay algo que me fascina en ellos…No eliges detenerte en la vistosidad de sus copas, ni en la colorida geometría de las hojas. Tus acuarelas consiguen que mi mirada se centre en lo esencial y proyectando la luz sobre el alma noble de las maderas, invitas a quien las contemple a completar la poderosa imagen de tan majestuosos seres.
Un saludo
Gracias Marian.
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