Claude Monet llevaba un rato
mirando el rostro de su mujer muerta, cuando se dio cuenta que no era el rostro
lo que estaba mirando, sino la luz y el color apagado que su piel reflejaba en
aquel momento. Se dio cuenta de pronto, que había estado mirando toda su vida
con los ojos de un pintor. Toda una vida mirando a su alrededor con los ojos de
un pintor.
Este relato que he leído en
alguno de los muchos libros que sobre el impresionismo y sobre Monet en particular
he estudiado, me hizo reflexionar sobre la forma que un pintor tiene de
asimilar la realidad que tiene delante.
Otra persona cualquiera hubiera apartado
la mirada del rostro de su mujer muerta, para no sufrir más con su
contemplación, o hubiera mirado ese rostro con los ojos del marido triste que
no tiene consuelo en esos momentos, abstraído, sin pensar en nada más. Pero Monet,
en aquel momento, estaba estudiando la calidad de la luz que reflejaba la piel
de su mujer, el color de la muerte reflejado en sus labios sin vida. Estaba mirando
un cuadro.
Tal vez, a una persona que no
es artista, le cueste entender esta actitud, pero para un pintor que se
enfrenta cada día ante el reto de sacar de la oscuridad un paisaje, un retrato
o un bodegón, no hay descanso. Se es artista las 24 horas al día, y no hay más
remedio.
acuarelas expuestas en el Museo del Vino de Bullas el año 2009
durante la exposición titulada "La viña de papel"