Cuando
yo nací, Franco llevaba 23 años mandando en España, y todavía le quedaban 16
años más en el poder. En 1970, yo tenía once años, mi madre me apuntó a la Academia
Municipal de Arte de Cieza, donde el maestro Juan Solano enseñaba dibujo y
pintura a sus alumnos. Allí fue donde aprendí a dibujar y a pintar.
Las
clases consistían en dibujar con carboncillo figuras de escayola como la boca,
la nariz, las manos, los pies, etc. todo de forma naturalista. Una vez superada
esta etapa, pasábamos a dibujar el rostro completo de Séneca, Beethoven, etc. para
finalizar dibujábamos el cuerpo humano completo, a tamaño natural, como la Venus
de Milo, el Discóbolo de Mirón, etc.
Pero
la etapa más interesante de aquella formación artística, era por supuesto,
cuando el maestro Juan Solano nos dejaba ya empezar a pintar con óleo. El maestro
nos dejaba una lámina con un paisaje absolutamente convencional y nosotros
teníamos que copiar el cuadro exactamente igual. Así un cuadro detrás de otro,
hasta que una vez habíamos aprendido a copiar el modelo propuesto por él, nos
dejaba elegir nuestro propio modelo.
Yo,
muy osado, o totalmente inconsciente, aparecí un día por la academia con la foto
recortada de una revista del cuadro “dos de mayo” de Goya. Cuando el maestro vio
el modelo que tenía preparado para copiar, me preguntó: Ato, ¿vas a pintar ese
cuadro? Sí, le dije lleno de satisfacción. Entonces el maestro cogió la foto
del cuadro de Goya y me dijo señalando la grupa del caballo que había en primer
plano del cuadro: mira, aquí hay cien colores que tú no ves, un montón de veladuras
que tú no entiendes todavía. Coge otro paisaje –me dijo con cariño- y cópialo como
vienes haciendo hasta ahora, ya tendrás tiempo de copiar estos cuadros del Museo
del Prado.
Ya
han pasado casi cincuenta años de aquellas sabias palabras cargadas de razón. Y
aún sigo pintando, y acordándome con cariño de aquella feliz etapa de mi infancia.