Claude Monet
fue un pintor luminoso, que le gustaba pintar la luz, y por eso pintaba muchas
veces la misma fachada de la catedral de Ruan, y desde el mismo punto de vista,
porque Monet no estaba pintando la fachada, sino la luz que tropezaba y
resbalaba por las filigranas de la piedra.
Monet eligió
deliberadamente pintar un objeto banal, los almiares de paja del campo, porque él quería pintar
la luz de la mañana, de la tarde, del invierno, del mediodía, no le interesaba pintar
los almiares, quería pintar la luz que se posaba sobre ellos.
Cuando viajó
a Londres, no pintó una postal del parlamento de Londres, pintó muchas veces la
bruma de la mañana, la luz suave de la tarde, del mediodía, con nubes, sin
nubes…pintó la luz de Londres, no el parlamento de Londres.
Al final de
su vida, cuando la vista le fallaba mucho, Monet pintó la luz del agua que
trascurría por su jardín, los reflejos que producían en el agua las sombras de
los árboles, el brillo del puente japonés, la luz del amanecer, del atardecer…
siempre la luz. Para Monet, los objetos eran simplemente el lugar dónde
descansaba la luz.