Hace tiempo
que el precio de las obras de arte los marca el mercado, no el artista. Cuando esto
ocurre, la obra de arte se convierte en mercancía. Y es entonces cuando el
engaño está listo, y cualquier cosa puede venderse como una obra de arte (no me refiero a la obra que ilustra este artículo). Pero para
completar este engaño, es necesario un escaparate, un escenario donde perpetrar
el engaño, y este escenario perfecto son las ferias de arte.
Básicamente una
feria de arte funciona de la siguiente manera: un empresario alquila por partes,
un enorme pabellón, y las galerías de arte que quieren participar en la feria, alquilan
esos espacios para colgar las obras de sus artistas representados, y esos
artistas son los que al final le pagan al galerista por exponer sus obras. El negocio
es redondo, pero no para el artista, que nunca tiene asegurada la venta de su
obra de arte.
El argumento
que más suele usarse para dejar impune este engaño, es que las ferias de arte son
un trampolín para el artista, y que estas ferias de arte son visitadas por
miles de personas, potencialmente compradores, que tal vez, solo tal vez, compren
algo.
Y para
rematar este negocio, para rematar el colmo del engaño, el empresario que
organiza la feria de arte, le vende a unos pocos “afortunados” un pase privado el
día antes de la apertura oficial al público.
Como ven
ustedes, hay “arte” por todas partes. Y cuando digo “arte” me refiero a los
intermediarios, que son los verdaderos artistas de este negocio.