Ayer
tarde visité de nuevo el estudio de Pedro Cano, y allí nos enseñó los últimos
cuadros en los que está trabajando. Cuadros grandes, con solo dos colores, el
blanco de luz y el negro de las sombras, y en medio, toda una misteriosa gama
de tonos, donde se intuyen figuras y ausencias, interiores cargados de
preguntas, en una espera interminable, antes de ser respondidas.
Pedro
tiene setenta años y sin embargo pinta con la misma pasión y entrega del
comienzo, aunque ahora con mucha más hondura.
Desde
su estudio, el laberinto de casas que desciende hasta el río, parece detenido
en el tiempo, y es allí, en esa tranquilidad buscada y preñada de música, donde
Pedro crea todos los días sus cuadros, sus dibujos y sus acuarelas. Ver esos
cuadros, algunos de ellos todavía sin terminar, es un privilegio, sobre todo si
somos capaces de ver en ellos, los nervios que rigen la creación pura y limpia
de un pintor excepcional.
Gracias
Pedro.
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